CAPITULO
SEGUNDO
El barrio de san Vicente es de los más antiguos de la ciudad. Se abría
a la antigua Sevilla a través de la Puerta Real, donde se iniciaba la calle que
toma nombre del barrio de San Vicente, acceso principal en aquella época para
llegar a la Alameda de Hércules desde la puerta de Triana. Desde los momentos
en que comienza Sevilla a tomar las hechuras actuales, esa calle, era de las
más importantes. Sin embargo lo que entonces era una amplísima avenida, hoy con
aquellas mismas dimensiones es una más
del casco antiguo de la ciudad. El nombre de San Vicente Mártir, es el mismo
con el que se denomina la iglesia existente en esta calle. Templo de origen
almohade que tras varias restauraciones, llega a ser la iglesia que hoy
conocemos. La misma que cobija la hermandad de las Siete Palabras y La de Las
Penas de San Vicente. La primera ha procesionado hoy miércoles santo por las
calles de Sevilla.
…Ya es triste soledad… pero no como en una noche cualquiera, en
esta, nuestra cofradía se ha recogido y contrasta el bullicio del gentío que
había hace un rato, ansioso por ver el último momento de la cofradía en la
calle, para disfrutar hasta extasiarse con los momentos seguramente más
sublimes, pues no en vano en la entrada se dan las mayores exigencias entre el
capataz y sus costaleros
Con el silencio de velatorio,
De calle con huellas de
paso de multitud,
Es como si de pronto nos
hubiéramos quedado sordos,
Lo único bello que ha quedado a la noche,
Es un cielo azul más
brillante que nunca,
Con sus estrellas de
tiempo infinito
Que son las únicas que mantienen la alegría,
De lo bello que fue,
hace un rato,
El
paso de la cofradía.
De olor, donde se mezclan el
azahar con restos de incienso y cirio quemado…
…Pero ya se ha recogido y
tardará un largísimo año en volver a aparecer por esas puertas que hace un rato
se han cerrado... y ya solo nos queda el lamento, la nostalgia, la felicidad o la
tristeza de tres buenos amigos costaleros que han finalizado su larga faena y
como si fuera una chicotá más del
recorrido, ya refrescan sus gargantas haciendo un rápido recuento de lo que ha
sido para cada uno de ellos el recorrido de la cofradía en esta jornada.
Están
en una de las pocas tascas que quedan abiertas a esas altas horas de la
madrugada y casi sin darse cuenta, acomodan sobre la barra sus cuerpos
doloridos, costal (1) bajo el brazo, sudadera ya embutida y la faja inalterable
sujetando los riñones hasta mucho más tarde, sus caras reflejan el cansancio
acumulado de toda la jornada, sus pelos despeinados mil veces, los pies no se
los sienten y por último un calorcito muy agradable, como no, en el cuello.
calorcito que irá desapareciendo para convertirse en escozor y dolor, pero que
ineludiblemente es la señal de que se ha trabajado.
Al otro lado de la barra, dos camareros vencidos por el cansancio,
despiden muy nítidamente apatía y
desgana, no en vano han mantenido una despiadada batalla contra una avalancha
de público hambriento y sediento en una más que notable inferioridad numérica.
Mientras en la calle resuma
olor a paso de cofradía, ya dentro les envuelve el olor a incienso quemado, la
bodeguita está todo el año haciendo guardia frente a la iglesia, de ahí la
cantidad de fotos y objetos del mundo de
la semana de pasión que se acomodan casi estorbándose sobre sus paredes, a
través de sus cristaleras se contempla la antigua fachada de muy vieja iglesia
donde ya reposa nuestra cofradía.
-¿Qué bien ha entrao el paso, verdad Pepito?-comentaba el Gordo con
enorme satisfacción, con Manolito Yerbabuena como testigo.
-Si
Gordo, si, otro año más la entrada ha sido fenomenal,- contestaba su amigo Pepito,
en un tono que denotaba cierta tristeza.
-¿Y has
visto cómo aplaudía la gente? - Insistía el Gordo, mientras que Manolito
escuchaba con la mirada perdida.
-Claro
que sí, ¿crees que estoy sordo?- Contestaba Pepito en el mismo tono que la
había hecho anteriormente.
Así hablaba el Gordo con
Pepito, mientras que su otro amigo, Manolito Yerbabuena, se limitaba a
escuchar, pero mientras el primero irradiaba felicidad, en el segundo, todo era
abatimiento y tristeza, de ahí los comentarios en uno y otro sentido. La
cofradía ya recogida, la iglesia ya cerrada, silencio y desolación por todas
partes y ellos tres allí solos. Tres espumosas cervezas sobre la barra desierta
hacían de sordos e indiferentes testigos de las quejas de Pepito y que
atentamente escuchaban sus amigos:
-Pero mira Gordo, ya solo somos simplemente un recuerdo de lo que ha sido
esta tarde la Semana Santa ,
a penas se ha recogido la cofradía y seguro que ya nadie se acuerda de
nosotros, mañana saldrán muchas fotos en los periódicos y hablaran de mucha
gente, también en la radio e incluso en la televisión y cuando nos mencionen a nosotros,
los costaleros, dirán que la cuadrilla ha trabajado bien, mal o quizás regular ¿pero
sabes qué te digo?- Antes que pudiera contestar su amigo, continuó Pepito-, que el verdugón que tengo en el cuello es
mío-, esto decía mientras se giraba y bajaba la sudadera para que su amigo
viera el enorme bulto amoratado que lucía en la parte posterior de su cuello-, y solamente mío- continuaba Pepito- y te puedo asegurar otra cosa Gordo, se
acabó, estoy harto de que me machaquen debajo del paso para que otros se lleven
las flores.
- No hables más tonterías,- por fin se dejó oír Manolito, aunque lo normal sería que
permaneciera callado, y continuó el Gordo,- todos
los años lo mismo cuando se ha recogido el paso, o vas a decirme que no te has
emocionado cuando hemos entrado en campana(1) y nos tocaban “saeta” y “réquiem”
y otro marcha y otra y así hasta más de veinte minutos sin bajar el paso y
cruzar toda la plaza, con esas mecías de costero a costero o esas llamaditas
muy cortitas, para que el paso no se notara que se movía si no fuera porque
cambiaba de sitio, con mucha suavidad para terminar en esa eterna revirá. Para
finalmente desembocar en Sierpes, casi nos quedamos dormidos en la trabajadera,
parecía que flotábamos y no al contrario, o esa entrada que hemos hecho aquí en
San Vicente, donde parece que el paso no entra, pero solo lo parece, porque ahí
estábamos nosotros que a la voz de Salvador llevamos el paso hasta dentro. No
Pepito, no, esto yo no lo cambio por ná y tú… tampoco.
Tras un largo silencio
el Gordo le echó el brazo por el hombro a su amigo y así salieron de la
bodeguita como tres buenos amigos que tenían maneras muy distintas de ver las
cosas, Pepito sabía que el Gordo tenía razón, pero no por eso dejaba de
embargarle la tristeza, mientras Manolito se limitaba a observar.
Y
así había terminado la jornada para estos tres compañeros y amigos de la
cuadrilla de costaleros de Salvador.
Pié de página: 1- El Costal es la herramienta del costalero. Arranca de la que utilizaban los descargadores gallegos del muelle de Sevilla en el siglo XVI y que ha llegado hasta nuestra época. Consiste en un saco de arpillera, forrado por uno de los lados para adaptarse con suavidad al cuello del que lo porta. Manos expertas, darán forma al trapo para poder ser utilizado.
Pié de página: 1- Plaza de “La Campana” Plaza del
centro de Sevilla donde se inicia la “Carrera Oficial” de obligado cumplimiento
para todas las cofradías y que oficializara allá por el año de 1604 el cardenal
Niño de Guevara. Es el lugar más emblemático del recorrido procesional de la
Semana Santa de Sevilla.