CAPITULO TERCERO
LA DESARMÁ
-¿Pepito?-
Era la voz del Gordo por teléfono. Este, se encontraba todavía bajo la apatía
que había mostrado el pasado Miércoles Santo y eso después de haber pasado una
semana. La voz del Gordo por teléfono le sacó, de aquella situación.
- ¿Qué pasa
Gordo?
-po qué va a pasa,
que espabiles y te dejes de tonterías. Que mañana es la “desarma”(1)
- ¿Y qué
quieres?
- Silencio
resignado, -¿Po qué voy a querer, no lo sabes ya? que mañana te recojo a las
nueve y nos vamos pa la iglesia.
- Yo no voy- Contestaba desganado Pepito
- Silencio, suspiro del Gordo- Mañana me lo dices- Le contestó su amigo y colgó el teléfono.
Estos dos amigos son vecinos del pueblo de Tomares, cercano a la capital y
anclado en la cornisa donde da comienzo el Aljarafe. Pepito trabaja en su “puesto”
de frutas del mercado de Triana mientras que el Gordo, tiene taller propio de
chapa de coches en su mismo pueblo.
A penas habían transcurrido unos días desde que
terminara la semana grande. Aún sonaban, aunque lejanos en los oídos, las
cornetas y tambores de las bandas, las llamadas de los capataces, y algún
quejío aún más lejano de profundo lamento saetero. Todavía nos asaltaba algún
resbalón provocado por restos de cera de cirio distraído e incluso se podía ver
alguna rampa que todavía no había sido retirada de alguna iglesia…y de nuevo
más obligaciones para los sufridos
costaleros.
La “mudá” (2) de la parihuela (3) desde la iglesia al almacén en una triste noche sin figuras a
las que pasear, sin flores para adornar y sin música, al menos para no perder
el paso debajo de la trabajadera, no es precisamente lo que más atrae a
nuestros costaleros, pero a pesar de ello, éste es consciente de su obligación
y no faltará a la cita para cumplir con la misma. Se hace a altas horas de la noche
pues muy al contrario que durante la Semana Santa, las calles no se cortan para
desplazar los pasos. Hay que aprovechar el escaso paso de vehículos.
Nuestro protagonista, Pepito, todavía no se ha repuesto del trago
tan amargo del pasado miércoles santo. Menos mal que su amigo “El Gordo” lo
conoce bien y sabe cómo tratarlo.
Pie
de página 1) se denomina “Desarmá” al traslado de los pasos, ya desmantelados
de todo lo que se estropea o de las figuras y piezas de mayor valor que
quedarán en la iglesia o en la casa hermandad, al almacén donde serán guardados
hasta la próxima Semana Santa 2) Mudá, es el traslado en general de los pasos,
fuera del desfile procesional. 3) la
Parihuela es el paso sin ningún tipo de adorno o accesorio. Podría decirse que
es la mesa sobre la que se monta el paso.
Algo antes de las nueve del día siguiente ya estaba
el Gordo en la puerta de Pepito, acompañado por “El Quini” otro de los amigos
del grupo de Tomares, tocando el claxon
de su coche, ¿tendría alguna duda de la asistencia de su amigo a “la Desarmá”?
Ninguna. Al instante aparecía Pepito por la ventana, al que su amigo le
imponía: - Coge la ropa y baja ya que
tenemos que recoger al Cateto- Este era otro de sus compañeros y amigos, de
pueblo, pueblo, el más bruto del mundo y que además trabajaba en el campo,
había que recogerlo en el Mercado de Entradores, en el Arenal, pues ni conducía
ni tenía coche y llegaba en el autobús de su pueblo.
Cuando se montó en el coche
su cara era de pocos amigos, apenas saludó y se enfrascó en sus pensamientos, por
otro lado nada extraño en él, actitud muy conocida por sus amigos. Tomaron
rumbo a Sevilla por Castilleja y bajando por la cuesta del “Carambolo”. Desde
donde, y así es hace varios siglos, se observa majestuosa la
catedral de Sevilla, destacando sobremanera la esbeltez de la giralda. Y este
es precisamente el pensamiento que se le vino a pepito observando esa estampa. “El
tiempo que lleva ahí esa foto fija”. “La de gente a través de mucho tiempo y de
muchas maneras y desde distintos vehículo por la evolución de los tiempos e
incluso andando como se iba antes a Sevilla desde el Aljarafe, que ha visto esa
misma foto”. Absorto en este
pensamiento, llegaron a Triana por el puente del patrocinio para seguir por las
calzadas adoquinadas de la calle Castilla, San Jorge y por fin el puente Isabel
II o de “Triana” con su olor de puerto marino en el que se mezcla la fragancia salina y que se
prolonga a través del río y desde el mar, allá en Sanlúcar de Barrameda, al graznido de las gaviotas que sobrevuelan la
zona. Ese ambiente, introduce a Pepito
en la rutinaria actividad del puerto : Veía, desde lo alto, la playa que se
extendía bajo el puente y hasta la torre del Oro en la que había un enorme trasiego
de gente, de carros tirados por bestias e infinidad de barcos de todos los
tamaños. Veía toldos elevados sobre cañas en el perímetro que da a Sevilla y
que dan cobijo a los descargadores de los grandes barcos que llegan desde América
cargado de riquezas. Veía galeones, su esbeltez destacaba sobre manera, en
contraste con los barcos que habían cercanos, carabelas, goletas, etc. Unos con
el velamen recogido mientras eran descargados o al contrario, mientras otros
estaban fondeados sin aparente actividad. Los palos aún con sus velas recogidas
llegaban al cielo mientras los cañones en perfecta formación causaban algo más
que respeto. Pero si impresionante era ver los que estaban fondeados, no era
nada comparado con el que entraba al puerto con las velas desplegadas, rodeado
de galeras que mediante cabos, tiraban de él, ayudándolo a maniobrar a tan
enorme buque por el interior del río y debido a la falta de viento. Los porteadores
gallegos aparecen como hormiguitas bajando y subiendo las rampas que dan acceso
desde la arena de la playa a los buques
para transportar los fardos desde estos hasta los carros tirados por animales,
que esperan en cola para a su vez transportar la mercancía a la ciudad. Se
observan también un gran número de esclavos de raza negra encadenados entre
ellos y que más tarde irán por sus propios pies a las gradas de la catedral,
donde serán vendidos. También hay una rudimentaria factoría en la que se
arreglan pequeñas embarcaciones y como no, pequeños “bares ambulantes” donde
los tratantes, sobretodo, cierran sus negocios, bares donde no faltan los
aguardientes ni los vinos de Sanlúcar ni por supuesto, el mosto del aljarafe. El
aguador con su cántaro a cuestas, recaba a voces, la voluntad a la vez que hace propaganda
del agua de Tomares que también es actor
necesario, pues la calor hace la necesidad y por fin al fondo, la Torre del Oro
que pone contrapunto a toda la escena que a su vez es presidida desde las
alturas por la Iglesia catedral, entre medio el montículo del “baratillo” hecho
a base de los desperdicios de las zonas limítrofes.
¡Pepito!
Despierta ya, estamos en el mercado de entradores. Mercado edificado sobre el
solar donde estaba la antigua cárcel del pópulo que a su vez fue edificada
sobre un antiguo convento de los “Recoletos” de la época en la que los galeones
profundizaban por el rio hasta el mismo corazón de Sevilla. Efectivamente,
cuando llegaron al mercado de entradores, allí estaba el “Cateto” bajo el
azulejo de la Esperanza
de Triana.
Al despertar Pepito lo hizo con cara de sorpresa por
el sueño tan extraño que había tenido, tenía la sensación de haber estado
presente en todo lo que había soñado. De vueltas a la realidad:
– Gordo,-por fin
se le escuchó a Pepito ¿qué te juegas que
cuando lleguemos a la iglesia no hay ná preparao?
- No me juego
ná.- Pepito siempre acertaba y el Gordo lo sabía
demás.
Ambos sabían que cuando llegaran a la iglesia,
quedaría mucha faena pendiente, todos los años son iguales y además se repite
en casi todas las hermandades.
Efectivamente, cuando llegaron no había casi nada
preparado. Lo único que faltaba en los pasos eran las figuras que habían sido colocadas
en los altares y aquellos enseres más valiosos que se quedarán en la sala de
exposición de la hermandad y por supuesto las flores.
Como cada año, en esta jornada los costaleros
terminarán a las tantas de la madrugá. A los encargados de preparar los pasos
para “la mudá” no les gusta trabajar a solas y esperan la llegada de los
costaleros para que les ayuden o simplemente los acompañen a terminar sus
respectivas faenas. De todas formas “la desarmá” sí tiene un atractivo muy
importante para los costaleros y es ver nuevamente a sus compañeros y amigos. Esa
noche, saldrán a relucir las proezas, los fallos que siempre hay, cómo no, y alguna
que otra anécdota de la última salida de
la cofradía a la calle.
La llegada y el reencuentro con el grupo dará lugar
a la primera alegría de la noche. En la mayoría de las cuadrillas reina una
gran camaradería. Vendrán los saludos de
rigor y esas bromas que nunca faltan, donde también participará “la gente de
fuera” (1) Hasta Pepito sin darse cuenta había entrado ya en la dinámica del
grupo y la apatía, la desgana que había
mostrado hasta que lo recogió su amigo, habían
quedado totalmente olvidadas (…Hasta el próximo año).
Transcurrido un buen rato, bien aprovechado por la gente que desmonta los
pasos ayudados por los costaleros y una vez desmontados los últimos enseres,
cederán el protagonismo a estos últimos
- Todos “a
hacerse la ropa”- ordena el capataz.-
Que es como se denomina a las labores de dar forma al costal con
su correspondiente morcilla, para adaptarlo a la cabeza de cada individuo, y en
esto como en todo, está el costalero que es un fenómeno haciéndola y tendrá que
hacer la suya y la de unos cuantos más que no tienen ni idea de cómo hacerla.
Junto a Pepito, el Gordo, el Quini y el
Cateto se situarán, Manolito Yerbabuena, José Mª “Hierro” del mercado de
entradores, Fernando el de Gines y
alguno otro más.
1)
Gente
de Fuera son el capataz y sus ayudantes. Los que el día de la salida
procesional irán con “terno negro”
Una vez hecha, la colocación en la cabeza es muy
importante, una simple arruga en la ropa en contacto con la piel y en la zona
donde reposará la trabajadera podría dar lugar a importantes rozaduras en las
partes sensibles del cuello. Aquí veremos esa clásica imagen en este mundillo:
un costalero de pie ya con el costal puesto y agarrándose fuertemente el mismo
con las dos manos y a la altura de la frente, mientras que un compañero a su
espalda se preocupa de estirar tanto lateral como frontalmente las telas que a
su compañero le caerán por su espalda y desde la cabeza para evitar esas
posibles arrugas.
En nuestro reducido grupo, será Manolito Yerbabuena
el encargado de hacer la ropa a sus amigos, su larga experiencia además de la
enorme fuerza que tiene en las manos, trabaja de meteó en un mercado, harán
posible una ropa justa a la medida de la cabeza de cada uno, así como lo
suficientemente apretada. Es muy importante hacerla de esta manera para que
luego, entre la presión del palo sobre el cuello y el sudor, no consigan
aflojarla. Presionando de rodillas en cada ropa, estarán cada uno de los
interesados, y así uno a uno hasta que Manolito se las haga a todos. – A ver si aprendéis ha haceros la ropa, que
yo no cobro por hacerla.- Enga ya, luego te invitamos a una cervecita.- Contestó Pepito- a una cada uno-, respondió rápidamente Manolito. Cuando se
hablaba de cerveza rápidamente se apuntaba. De todas maneras, Manolito estaba
de broma. El nunca negaba a nadie ningún favor y además disfrutaba pudiendo
ayudar a sus amigos. Era bastante más mayor que ellos, pues aunque hoy se
encuentra en esta cuadrilla de hermanos costaleros. Ya hace muchos años que se
inició en estas artes y cuando llegó el cambio a cuadrilla de “Profesionales” a
cuadrilla de “Hermanos” naturalmente que se preocupó de seguir en una de ellas.
Para él sus amigos costaleros eran su auténtica familia, pues al menos que se
supiera no tenía otra. Se había llevado toda su vida trabajando en el mercado
de la Feria, en
la descarga, por lo que su amplia envergadura, unida al ejercicio diario,
hacían de él un peón fundamental y ansiado por cualquier capataz para su
cuadrilla. Con unos cuantos costaleros con esa fuerza, la verdad es que el paso
“nunca se podría hundir”. A parte de estas cualidades, si bueno era como costalero,
era aún mejor persona. Con quien sus amigos siempre podían contar y para lo que
fuera. Aunque tenía un gran defecto o una gran virtud, según se mire, y era sencillamente
que no le gustaba hablar.
Luego vendrá el fajarse. Esa faja que nos recuerda
la que utilizaban los antiguos descargadores del muelle y que hoy en día
prácticamente sólo tienen esa utilidad. Servirá para llevar bien apretados los
riñones y así evitar posibles lesiones en la cintura, después de una “levantá
al cielo”, el paso cae de golpe y con la fuerza multiplicada sobre los cuerpos.
De ahí su importancia. Eso sí, unos necesitan más vueltas que otros como es el
caso de Paquito que es un fideo. Por el contrario, Manolito Yerbabuena se tiene
que conformar con dos vueltas cortitas
dado que la faja no da para más en su enorme perímetro abdominal.
Cuando el capataz observa que su gente está más o
menos preparada, asume su capacidad de mando.-
¡To er mundo al palo!- Se le escuchó gritar. A partir de ese momento cada
costalero irá a su sitio. – ¡La levantá a
pulso aliviao!- Nuevamente mandó el
capataz. Para que los cuerpos sufran menos. Una vez que éstos están situados
entre el suelo y la trabajadera, las
piernas estarán abiertas y un poco flexionadas, y se irán cerrando poco a poco
hasta ponerse juntas y derechas, a la vez que se van metiendo riñones. En
definitiva, simplemente se pondrá el cuerpo totalmente erguido. Como resultado,
el paso estará arriba sin la brusquedad que para el cuerpo, lleva consigo la
típica “levantá al cielo”.
Cuando el capataz toque el martillo, martillo que en
muchos casos en la “desarmá” suele ser un
simple trozo de madera pues el auténtico habrá sido retirado ya del
paso. Se seguirá la misma cadencia de siempre en los movimiento, en los tres
tiempos que habitualmente se utiliza: Atención, al palo y arriba.
Y así a paso de “mudá”, llevarán la parihuela. Es
decir, como si fuera andando rápido por la calle sin llevar peso alguno en lo
alto. Cubriendo rápidamente el trayecto, acompañados de las bromas de siempre e
incluso alguna demostración de fuerza y
poderío físico de algún que otro costalero. Y así, hasta el almacén donde
pasará la estación invernal en triste oscuridad.
Una
vez dentro del almacén sin ninguna finura, colocaran la parihuela en un rincón.
Una vez situada al fondo del almacén, el capataz mandará la izquierda o a la
derecha u otro tipo de maniobra que raramente se da en la salida procesional.
Pero eso sí, una vez guardada la parihuela, habrá
una cervecita en el bar más próximo, en esto el costalero es igual al resto de
los sevillanos, todo será refrendado al final con unas copitas.
Manolito Yerbabuena recibirá el agradecimiento de
sus compañeros en forma de cervezas, se bebe todas las que le echen.
Al menos a
Pepito ya se le pasó el malestar que había guardado hasta el día de hoy y desde
que se recogió su cofradía el pasado Miércoles Santo.
Quedaran las añoranzas del pasado y la esperanza de
emociones del futuro. Nuestros costaleros, ya enfilan, igual que la parihuela y dentro de este
mundillo, la siesta veraniega y el triste sueño invernal, la mayoría de los
compañeros no se verán hasta que comiencen nuevamente los ensayos, allá en las
vísperas de la próxima Semana Santa. Pero nuestros amigos tendrán muchas
vivencias antes de los próximos eventos procesionales.
Faustino Tomares.