ROJOS Y PROGRES
Luis del Pino en el programa "Sin Complejos"
2017-02-05
Ayer,
un oyente me decía en Twitter que, en mi afán de criticar (y cito textualmente)
"a los rojillos y progres", defiendo a Donald Trump de forma
excesiva. A lo cual le contesté que hiciera el favor de no insultar a los
rojos, comparándolos con los progres. A los rojos los respeto, a los progres
no.
Hace
tiempo, tuvimos el placer de entrevistar para este programa a Julio Anguita,
que tenía también muy clara la diferencia entre ambos conceptos. "Si me
quiere insultar, llámeme progre", nos dijo Anguita, para a continuación
rematar: "Yo no soy progre, soy rojo".
Mucha
gente parece no tenerlo claro, pero la diferencia entre esas dos formas de ver
la vida es abismal. Pongamos algunos ejemplos: Bernie Sanders es rojo; Hillary
Clinton es la quintaesencia de lo progre. Alexis Tsipras es rojo; Pablo
Iglesias fingió serlo en un principio, para al final revelarse como un simple
progre.
Yo, al
que se considera a sí mismo rojo, le respeto. Respeto a quien mira a su
alrededor, ve injusticias económicas y siente el deseo de acabar con ellas.
Puedo discrepar en las soluciones, pero coincido en el objetivo: en un mundo
cada vez más rico, en una España cada vez más rica, no existe forma humana de
justificar que haya gente viviendo por debajo del umbral de la pobreza. Si yo creo
en el liberalismo no es para defender el derecho de los ricos a ser más ricos,
sino el derecho de los pobres a hacerse ricos.
Y me
indigno con muchas de las mismas cosas con las que se indigna alguien que se
considere a sí mismo rojo: me indigna que en tiempos de crisis se rescate a las
entidades financieras, en vez de a las personas; me indigna que el capitalismo
de amiguetes (¡tan antiliberal!) se haya convertido en norma; me indigna que la
corrupción haya pervertido la política, y los medios, y la economía; me indigna
que haya gente que pierda su casa a medio pagar a manos de subasteros...
Con un
progre, sin embargo, nada me une. De hecho, me causa una repugnancia casi
física esa traición a los ideales de la izquierda contenida en el propio
concepto de progresía. Porque lo que hemos vivido a lo largo de las últimas
décadas es una auténtica estafa ideológica, en la que la izquierda oficial ha
ido sustituyendo poco a poco las reivindicaciones de carácter económico por
reivindicaciones de orden moral. De modo que con lo que hoy nos encontramos es
con una élite de izquierda inserta de hoz y coz en el capitalismo de amiguetes
más desaforado, y que mantiene la ficción de ser de izquierda abanderando
causas como la ideología de género o el ecologismo infantiloide.
En el
progre me repugna casi todo. Me repugna la hipocresía de los millonarios
cantantes que persiguen a los manteros mientras sueltan lagrimitas de cocodrilo
por los desheredados del mundo; me repugna el cinismo de quienes simulan
indignarse por los muertos lejanos mientras miran para otro lado cuando se
trata de los muertos próximos; me repugna su fingida lucha contra la
desigualdad, mientras depredan el dinero de los impuestos en su propio
beneficio; me repugnan sus aires de superioridad moral, su solidaridad que solo
alcanza a escribir hashtags en Twitter (porque son gratis), su íntimo
convencimiento de que forman una élite que sabe lo que a los demás nos
conviene, su profundo desprecio por la gente común...
No,
querido oyente, no insulte a los rojos equiparándolos con los progres. Porque
no tienen nada que ver. El progre es la quintaesencia de la traición a todo lo
que un rojo representa, la prostitución de todo lo que en el ser humano aspira
a la justicia, la sustitución de la empatía por la hipocresía más obscena.
No
puedo estar más lejos de Anguita en tantos temas, pero Anguita es el último
político verdaderamente rojo que ha habido en España. Y las que yo considero
sus equivocaciones no me impiden respetarle profundamente. Si la izquierda
española está herida de muerte es porque lo progre, los progres, han terminado
por expulsar de su seno a todo el que sintiera la tentación de seguir siendo
verdaderamente rojo.
Y no
solo la izquierda española: algún día, alguien tendrá que hacer la crónica de
cómo la neutralización de la izquierda occidental, por su conversión en progre,
ha abierto la puerta al crecimiento de los populismos de derecha. Si tiras al
suelo la bandera de las reivindicaciones sociales, otro vendrá que la recoja.
Si el Frente Nacional es en Francia el partido más votado entre la clase
trabajadora, o si Trump ha sido puesto en la presidencia por los obreros de
Wisconsin, es porque la izquierda francesa y la izquierda americana dejaron
hace mucho tiempo de ser rojas. Bernie Sanders, que sí es rojo, podría haber
derrotado a Trump. Pero la famiglia progre se encargó de que
su candidata Hillary Clinton fuera la elegida. De aquellos polvos, estos lodos.
En fin,
querido oyente que ayer me criticabas. No sé si tú mismo te consideras rojo o
progre. Si es lo segundo, me temo que no tenemos nada en común. Si es lo
primero, creo que tenemos en común mucho más de lo que tú mismo te imaginas.